Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
1 Es imposible asustarte
2 Una especie de exhibición
3 Caraculo
4 La Cocina Envenenada
5 Otra Parte
6 El Ángel de la Extinción
7 Huellas de mano negras
8 Gavriels
9 Las puertas del diablo
10 La chica que va de acá para allá
11 Por favor
12 Algo totalmente distinto
13 El ladrón de tumbas
14 Mortífero pájaro del alma
15 La otra puerta
16 Caídos
17 Un mundo paralelo
18 No luches contra monstruos
19 No quién, sino qué
20 Historia real
21 La esperanza realiza su propia magia
22 Un trozo de caramelo hueco
23 Paciencia infinita
24 Volar es fácil
25 Paz imposible
26 Una ligera inquietud
27 De presa a predador
28 Actitud de plegaria
29 Como un rayo de luz dirigido al sol
30 Tú
31 Tranquilizador
32 Al mismo tiempo, lugar y persona
33 Absurdo
34 ¿Qué es un día?
35 El idioma de los ángeles
36 Hacer algo más que matar
37 Perdido en un sueño
38 Infame
39 La sangre de los antepasados
40 Casi como magia
41 Álef
42 Dolor y sal e inmensidad
43 Un chasquido
44 Completa
45 Madrigal
46 Instantáneo
47 Evanescencia
48 Pura
49 Dientes
50 Azucarada
51 La Serpenteante
52 Locura
53 El amor es un elemento
54 Planeado
55 Hijos de la tristeza
56 La invención de la vida
57 Resucitada
58 Victoria y venganza
59 Un mundo nuevo
60 Si lo encuentras, por favor, devuélvelo
Epílogo
Agradecimientos
Créditos
Grupo Santillana
Para Jane, por todo un nuevo mundo de posibilidades
Érase una vez un ángel y un
demonio que se enamoraron.
Pero su historia no tuvo
un final feliz.
1
ES IMPOSIBLE ASUSTARTE
De camino a la escuela, sobre los adoquines acolchados por la nieve, Karou no tuvo ningún mal presagio respecto a lo que le depararía el día. Parecía un lunes cualquiera, inocente excepto por su propia esencia de lunes, sin mencionar que era de enero. Hacía frío y aún no había amanecido —en el apogeo del invierno, el sol no salía hasta las ocho—, pero el ambiente era agradable. La incesante nevada y lo temprano de la hora otorgaban a Praga un aspecto fantasmal, como de ferrotipo, toda plateada y cubierta de bruma.
Por la calle que flanqueaba el río, los tranvías y los autobuses circulaban con el estruendo típico del siglo XXI; sin embargo, en las calles más tranquilas, la paz invernal evocaba otra época. La nieve, los adoquines, la luz espectral, las propias pisadas de Karou y el humo de su taza de café, estaba sola y abstraída en pensamientos mundanos: la escuela, tareas pendientes. Y cuando algún sentimiento doloroso se inmiscuía en sus pensamientos, desechaba la amargura con resolución, dispuesta a superarlo.
Sostenía la taza de café con una mano y con la otra mantenía cerrado el abrigo. De su hombro colgaba un portafolio de dibujo y sobre su pelo —largo, suelto y de color azul eléctrico— se había formado un encaje de copos de nieve.
Era un día cualquiera.
Pero algo ocurrió.
Un gruñido, unas pisadas atropelladas y alguien que la agarraba por detrás, sujetándola con fuerza contra un robusto pecho masculino, a la vez que unas manos le arrancaban la bufanda y unos dientes —dientes— rozaban su cuello.
La estaba mordiendo.
Su atacante la estaba mordiendo.
Con fastidio, trató de zafarse de él sin derramar el café, pero no pudo evitar que parte se vertiera sobre la nieve sucia.
—Por Dios, Kaz, quítate de encima —dijo bruscamente, volviéndose hacia su ex novio.
La tenue luz de la farola iluminaba el bello rostro del muchacho. Estúpida belleza, pensó Karou, y lo apartó de un empujón. Estúpida cara.
—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó él.
—Siempre eres tú. Y nunca funciona.
Kazimir se ganaba la vida ocultándose detrás de cualquier cosa para aparecer después por sorpresa, y le frustraba no provocar en Karou ni el más mínimo sobresalto.
—Es imposible asustarte —se quejó haciendo el mohín que creía irresistible.
Hasta hacía poco, ella habría sucumbido a aquel gesto. Se habría alzado de puntillas para rozar con la lengua su labio inferior fruncido, de forma suave y lánguida, antes de tomarlo entre los dientes, juguetear con él y abandonarse a un beso que la derretiría como miel al sol.
Pero aquellos días habían terminado.
—Tal vez simplemente no des miedo —sugirió Karou, y retomó su camino.
Kaz la alcanzó y empezó a caminar a su lado, con las manos en los bolsillos.
—Sí doy miedo. ¿El gruñido? ¿El mordisco? A cualquier persona normal le habría dado un infarto. Menos a ti, que parece que no tienes sangre en las venas —al notar que le ignoraba, añadió—: Josef y yo hemos ideado una nueva visita por la ciudad. Recorrido vampírico por el casco antiguo. Los turistas se volverán locos.
Seguro que sí, pensó Karou. Los turistas pagaban bastante por las «visitas fantasmagóricas» de Kaz, que consistían en recorrer el laberinto de callejones de Praga en la más absoluta oscuridad, deteniéndose en supuestos escenarios de asesinatos donde, ocultos tras las puertas, los esperaban «fantasmas» que aparecían de repente y les arrancaban gritos aterrorizados. Ella misma había interpretado en varias ocasiones a un fantasma, con una cabeza ensangrentada en la mano y gimiendo mientras los alaridos de los turistas se transformaban en risas. Había sido divertido.
La relación con Kas había sido divertida. Pero ya no.
—Buena suerte —le deseó con voz inexpresiva y mirando hacia delante.
—Podrías formar parte del reparto —continuó Kaz.
—No.
—Serías una vampiresa sexy.
—No.
—Seducirías a los hombres…
—No.
—Y podrías ponerte tu capa…
Karou se puso tensa.
Dulcemente, Kaz trató de sonsacarla:
—Todavía la tienes, ¿verdad, cariño? Esa prenda de seda negra sobre tu piel blanca es lo más hermoso que he visto jamás.
—Cállate —murmuró Karou entre dientes, y se detuvo súbitamente en el centro de la plaza Maltese. Dios mío, pensó. Lo estúpida que había sido al enamorarse de aquel atractivo actorzuelo, al disfrazarse para él, al regalarle recuerdos como aquel. Increíblemente estúpida.
Solitariamente estúpida.
Kaz alzó la mano para retirarle un copo de nieve de las pestañas. Ella gruñó:
—Como me toques, te tiro el café a la cara.
Él retiró la mano.
—Tranquila, fierecilla. ¿Cuándo dejarás de pelear conmigo? Te dije que lo sentía.
—Pues siéntelo, pero en otra parte.
Hablaban en checo, ella con un acento adquirido tan perfecto como el nativo de él.
Kaz suspiró, irritado porque Karou se negaba aún a admitir sus disculpas. Eso no aparecía en su guión.
—Vamos —dijo tratando de convencerla. Su voz era al mismo tiempo áspera y suave, una mezcla entre lija y terciopelo propia de un cantante de blues—. Tú y yo estamos destinados a estar juntos.
Destinados. Karou esperaba sinceramente que si su «destino» se encontraba ligado a alguien, no fuera a Kaz. Lo miró, el atractivo Kazimir, cuya sonrisa solía actuar sobre ella como una llamada, atrayéndola a su lado. Aquel lugar donde todo parecía maravilloso, como si allí los colores y las sensaciones adquirieran intensidad. Aquellos brazos que, como había descubierto, eran un destino popular, al que acudían otras chicas cuando ella no estaba.
—Ofrécele a Svetla el papel de vampiresa —dijo—. Se lo sabe de memoria.
Kaz pareció dolido.