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EL YUGO
TendrÃa que ser Adam quien fuera por las flores.
Su madre no daba abasto, según dijo; y las necesitaba para esa misma mañana, por no decir para ya mismo, si es que querÃa evitar que el dÃa fuera un completo desastre; y a la postre, que Adam acudiera a la pequeña «quedada» de esa noche con sus amigos podÃa o no depender de su disposición a —o éxito en— ir por las flores y hacerlo sin chistar.
Adam adujo —y bastante bien, a su juicio, sin pasarse de enfadado— que quien habÃa pisado las flores «viejas» era su hermano mayor, Marty; que él, Adam, también tenÃa mucho que hacer aquel dÃa; y que los nuevos crisantemos para el camino principal no eran una prioridad lógica a la hora de asistir a una quedada para la cual habÃa tenido que currárselo (nada, jamás, era gratis con sus padres), partiendo toda la leña para el invierno cuando todavÃa estaban en agosto. Su madre, sin embargo, fiel a su estilo, lo habÃa convertido en un decreto: o iba por las flores, o esa noche no salÃa, y menos aún estando tan reciente la muerte de aquella chica.
«Tú eliges», dijo su madre, sin mirarle siquiera.
Es el Yugo y nada más, pensó Adam mientras se sentaba al volante de su coche. Y el Yugo no siempre está. Pese a ello, tuvo que respirar hondo varias veces antes de arrancar.
Al menos era temprano. Quedaba por delante todo un sábado de finales del verano, horas que llenar, horas que él ya habÃa llenado con un programa de cosas (era de esos a los que les gusta programar): tenÃa que ir a correr un poco; tenÃa que ir a hacer inventario al Evil International Mega-Conglomerate, y eso le llevarÃa varias horas; tenÃa que ayudar a su padre en la iglesia; tenÃa que pasar por el trabajo de Angela para asegurarse de que reservara unas pizzas para la fiesta…
«Hola.» El móvil vibraba en su regazo.
Adam sonrió levemente. SÃ, eso también tocaba hoy.
«Hola», tecleó. «¿Quieres comprar flores?»
«¿Estás hablándome en clave?»
Sonrió otra vez y puso la marcha atrás para salir a la calle. Bien, fuera la rabia, porque ¡menudo dÃa me espera! ¡Diversión asegurada! ¡Risas en cantidad! ¡Copas y papeo y amigos y sexo! ¡Y qué puñalada trapera al final, porque era una fiesta de despedida! Alguien se marchaba. Adam no estaba seguro de querer que ese alguien se marchara.
Menudo dÃa…
«¿A qué hora pasarás?», preguntó su teléfono.
«¿Qué tal a las 2?», tecleó él aprovechando un stop.
La respuesta fue un emoji con el pulgar alzado.
Adam dejó atrás su arbolado vecindario para incorporarse a la arbolada carretera que iba a la ciudad. De hecho, todo cuanto habÃa en unos